Disfrutar del agua en las Azores
Las Azores tienen agua para aburrir, no solo alrededor, como corresponde a unas islas; también está la que cae del cielo y la que brota por todas partes.
En estas islas pequeñas el mar está casi siempre en el horizonte y en cuanto lo pierdes de vista, te sorprende a la vuelta de la siguiente curva. No es un mar cualquiera. Tiene unas aguas limpias que se pintan de muchos colores.
Abundan los puertos de pescadores y los pescadores de puerto. La gente mira mucho el mar, porque aquí es de una inmensidad llamativa, más impresionante al verse desde tan poca tierra firme. Hay quien pasa el día frente a él, repintando su barco o simplemente plantándole cara para ver cómo transcurre ese ir y venir, con sus brillos y sus sorpresas constantes.
Como las Azores no dejan de ser volcanes surgidos del mar, conservan muchas vías de escape para el fuego de sus entrañas. Es curioso ver cómo el agua hace blup blup aquí y allá, agrada cuando está calentita y asusta cuando se pone abrasadora. Parece magia. No hay que perderse la experiencia de bañarse en zonas termales; incluso en pleno invierno hay valientes que se atreven.
En las Azores llueve a menudo (ese es el secreto de su espectacular naturaleza), pero también hay días al gusto de los turistas de sol y sombrilla. Se encuentran abundantes playas de fina arena, negra o dorada, y para cuando no las hay, están las piscinas naturales, áreas acotadas o bañeras talladas en la roca para permitir una inmersión a salvo del oleaje. Casi todas las localidades tienen una zona de baños apañada.
Gracias a la corriente del Golfo, la temperatura del mar es templada: no baja de los 16º C durante todo el año. Dicen que las Azores son el mejor lugar del mundo para bucear (otro más), porque además de la calidez del agua, la visibilidad llega hasta los 60 metros. Y hay mucho que ver: tiburones, barracudas, delfines, cachalotes, ballenas… cientos de especies.
Como es un sitio de paso, también se encuentran bastantes pecios de navegantes desafortunados que a los buzos les gusta bajar a cotillear. Y luego tienen cuevas, grutas…, esas cosas.
En el pasado, la industria ballenera ayudó a las Azores a tener cierta prosperidad. Capturar cetáceos proporcionaba carne, además de aceites, harinas, glicerina, medicamentos. Como del cerdo, de las ballenas se aprovecha todo. En 1989 se prohibió la caza de cetáceos y poco después los azoreños descubrieron, felizmente, que podían vivir mejor de observar ballenas que de matarlas. Actualmente, el negocio está en llevar turistas a avistar cetáceos. Conservan dos antiguas industrias, hoy convertidas en museos, que es interesante visitar, por la tremenda maquinaria para sacar rendimiento de animales tan prodigiosos, por las espectaculares fotos y, también, por los vídeos explicativos en los que se justifican por aquellas antiguas capturas que hoy nos parecen una atrocidad.
Las Azores también están salpicadas por un montón de lagos y pequeñas lagunas. No hay que perderse ninguno porque tienen sus propios colores, llenos de azules, morados, verdes, rosas, grises y plateados. En ocasiones hay masas de agua dentro de inmensos cráteres. Y manantiales, cascadas, ríos… para bañarse o para refrescar la mirada.
Ana siempre presenta el lado humano de sus lugares de un modo inédito e interesante. Al ver sus reportajes te entra un impulso de dejar todo y marcharte a seguir sus huellas.
Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.