Conducir por las Azores
En las Azores hay que tomárselo con calma, porque si uno va rápido corre el riesgo de salirse del mapa.
Las más grande de las nueve islas de las Azores es San Miguel, que mide 65 km de punta a punta. Hay pocas autopistas, pero las hay. La velocidad máxima es de 100 km/h; en las secundarias se conduce a 90 y en las poblaciones a 50. En general, las carreteras son bastante aceptables. Dicho esto, lo mejor es ir despacio porque los azorianos tienen su peculiar manera de entender el uso y disfrute del asfalto: aparcan en la puerta de casa, aunque eso suponga inutilizar un carril.
El procedimiento ante un coche parado en mitad de la carretera es detenerse detrás a la vez que se pone el intermitente de la izquierda. Esto no indica a los que vienen de frente que uno vaya a invadir su carril, sino que piensa esperar hasta que pueda sobrepasar el vehículo detenido. Y así hasta el siguiente, que aparecerá pronto.
El vehículo nacional de las Azores es una pickup, todo el mundo la tiene, hay miles. Ahí pueden llevar al perro, sus herramientas o las cántaras de la leche. Dado que este es el lugar más seguro del mundo, no existe ningún problema en dejar a mano lo que se quiera.
Otra razón para conducir con calma es que los obstáculos más frecuentes en las carreteras de las Azores son las vacas. En ocasiones van en grupo, de un pasto a otro, guiadas por el vaquero, pero muchas otras veces están simplemente ahí, después de la curva.
Los conductores son amabilísimos. Si uno camina por el bordillo de la acera, corre el riesgo de parar el tráfico, ¡no vaya a ser que desee cruzar! Los automovilistas intuyen si una persona quiere atravesar un paso de cebra casi antes de lo sepa ella misma. Por cierto, los pasos de peatones no son pintados, sino fabricados con el típico empedrado portugués.
Para conocer bien las islas lo ideal es alquilar un coche en cada una de ellas, al llegar al aeropuerto o al puerto correspondiente, según el caso. Si se viaja en verano, conviene llevarlo reservado de antemano, por si acaso faltan. Las Azores merecen que vayamos despacito, parando en cada iglesia, en cada pueblo, en sus muchos miradores y recorrer sus senderos bien señalizados para disfrutar plenamente de tanta belleza.